Apuntes acerca de la Soledad, el Aburrimiento y el Turismo

Una época condicionada por el miedo al aburrimiento y a la soledad, sólo produce seres capaces de empeñar la dignidad por un poco de compañía, aunque ésta sea digital. Pero la soledad, por lo menos simbólicamente, se puede superar con los mecanismos virtuales que nos proveen las redes sociales. Usted no está solo, no se encuentra solo; ergo, no se siente solo. Tiene la compañía digital que le ofrece el social media. Usted mata minutos de soledad en cada interacción, ya sea comentando, compartiendo o etiquetando a otras personas; también lo hace subiendo contenido propio (posteo, luego existo) para movilizar la soledad en busca de reacciones. En el plano digital hay siempre incentivos para combatir la soledad.

El asunto del aburrimiento es más complejo. Vivimos en un estado generalizado de agobio, ansiedad y estrés cuya única explicación radica en la desalada carrera por la gloria capitalista. Usted tiene que, sí o sí, triunfar en cualquier cosa. Usted tiene el mandato de no quedarse rezagado. Usted debe bailar al ritmo de la competitividad, la productividad y la rentabilidad. Apartarse de ello significaría su ruina material y moral.

Esta prédica y su correlato cultural, tan presente en libros de emprendimiento, en el cine de casos de éxito, en el discurso universitario y en los contenidos digitales de cuño empresarial, ha impregnado la vida entera en las sociedades de nuestro tiempo. La consecuencia no puede ser otra que vivir exclusivamente para competir, prosperar y ascender en la escala social y económica. La gente vive por y para eso, al punto de poner en jaque su propia salud física y mental. A esto nos referimos, puntualmente, cuando decimos que hay un cuadro de agobio, ansiedad y estrés en el ser humano del siglo XXI.

Por eso nos resulta apremiante buscar y encontrar placer inmediato en el entretenimiento más accesible. Es una suerte de tregua existencial entre tanta demanda de esfuerzo material. Fíjese usted en la manera de hacer turismo de los viajeros actuales: en su actitud prevalece, por encima de cualquier cosa, la búsqueda de lo instagrameable. Cualquier esfuerzo intelectual, en el contexto del viaje, es una ofensa al sentido contemporáneo del turismo. La razón de ser del viaje ya no es la evasión o el aprendizaje consciente; es lograr la imagen testimonial que sea digna de un efecto viral en el social media. Si no hubo foto perfecta para compartir en redes, entonces el viaje no fue divertido: entonces no ocurrió el viaje.

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La gente hoy se ríe de cualquier cosa. Ya no sólo las entidades de poder o figuras públicas son la fuente de burlas (léase memes); en realidad, todo puede causar risa porque no hay fronteras morales para divertirse. En este sentido, el triunfo pirotécnico de conceptos peruanos de humor como «Hablando huevadas» no es gratuito; antes bien, responde a una cultura, a una lógica de cómo divertirnos rápido y fácil.

Un problema evidente que se desprende de esta intensa búsqueda de diversión es su expansión a otros ámbitos de la convivencia social. Es decir, no se limita al tiempo que pasamos en modo digital. Reclama presencia en el seno de las familias y en los contextos presenciales del día a día. Los padres tienen que ser divertidos, así como los profesores, los vecinos y los jefes, y por extensión natural la pareja y los amigos han de ser divertidos. Si no cumplen esa condición sine qua non, es seguro que habrá espacio para el conflicto y el descontento. La moneda de intercambio de nuestra era es la diversión. Y no interesa si se trata de diversión banal, chata y vulgar, desprovista de talento; lo que importa aquí es divertirnos a como dé lugar.

El mundo te puede perdonar la soledad. Pero jamás te perdona el aburrimiento, el ser y parecer aburrido. Las experiencias aburridas no son experiencias; son paréntesis de tiempo inútil y desechable. Así opera la lógica occidental hoy. Y el turismo no se sustrae al poder totalitario de esta cultura del divertimento.